Incluye la exposición de Pierre Gonnord "La sangre no es agua", en la que aparece una foto y un texto de Quico.
Enlace del Catálogo de la exposición.
Texto de Odette:
Odette Martínez
Mi padre nació en 1925, mi madre en 1934. Ellos no conocieron la Retirada, pues se marcharon exiliados a Francia en la década de 1950. Es una historia particular. Ambos proceden del noroeste de España, en la frontera de Asturias, Galicia y Castilla, de la comarca del Bierzo. Mi familia paterna estaba compuesta por mineros y campesinos, por parte de mi madre eran campesinos y pastores. Esta región cayó en manos de los franquistas desde el principio y la represión fue especialmente dura, pues es una zona de amplia tradición minera y con fuerte implantación sindical y socialista. Me parece importante señalar que en esta comarca, en Fabero, el Bierzo, se dieron casos de vida y trabajo «comunitarios», heredados de la revolución minera asturiana. Así que, como digo, la represión fascista fue particularmente dura en el lugar y mi padre lo vivió en primera persona cuando tenía solo once años. Él era de una familia de republicanos socialistas. Mi abuela, una campesina analfabeta, había aprendido a leer con las misiones educativas. Mi abuelo había sido miembro de los comités de solidaridad con los mineros asturianos que huían de la represión. Esa era la orientación social de mi familia. La represión fue feroz con todo lo relacionado con el ideal republicano, directa o indirectamente, independientemente de que fueran socialistas o anarquistas. Esta situación hizo que muchas personas se refugiaran en las montañas y allí formaron rápidamente una red militar que estuvo activa hasta la década de los 1940, después de la Retirada. A estas personas se las llamó «huidos, escapados, fugitivos, etc.». A partir de 1937 algunos de los combatientes del frente norte pasaron al sur. No podían marcharse a Portugal, porque allí estaba la dictadura de Salazar, y desde nuestra región era muy difícil llegar a la frontera francesa. Así que, como digo, estas personas se refugiaron en las montañas y la casa de mi abuela paterna funcionaba como escondite donde se conformaron estas redes de resistencia. Todavía albergábamos la esperanza de que las democracias triunfasen sobre el «Eje» y vencieran a los fascistas. Así pues existía una guerrilla activa, de lucha armada antifranquista para resistir hasta que las democracias liberasen España. La casa de mi abuela materna también fue una casa clandestina. Mis tías, las hermanas de mi madre, trabajaban como enlace de estos guerrilleros, hombres o mujeres. Mi padre fue enlace desde los catorce años. A los veinte años lo denunciaron por repartir panfletos en defensa de los mineros y se vio obligado a pasar a la clandestinidad: cuatro años estuvo con los «maquis». Formó parte de una red heredera de esta lucha de tendencias pluralistas que peleaban codo con codo: anarquistas, comunistas, socialistas, republicanos y a cuya cabeza estaba un personaje muy carismático llamado Manuel Girón. Tenían vínculos permanentes con el hermano de Durruti, un ferroviario de León, otro movimiento obrero muy activo. Todo aquello ocurría en un entorno semiurbano. Contrariamente a la «mitología», estas personas no vivían en cuevas ni lugares inaccesibles, porque el arraigo social era muy fuerte. Los enlaces eran la hermana, la madre, el compañero, el hijo, etc. Los historiadores hablan de siete a ocho mil personas en armas en toda España, pero había más de treinta mil enlaces. No resulta fácil contabilizarlos, porque estaban en la clandestinidad y, según los archivos de la represión, estas personas no constan como resistentes, sino como bandoleros, terroristas, etc. En cuanto a cifras, es muy relativo. En cuanto a cifras, es muy relativo. En 1944, los dirigentes del Partido Comunista Español, los que se habían ido a Moscú o a América Latina, regresaron a Francia. Tras el desastre del Valle de Arán y las invasiones de 1944, intentaron desarrollar una estrategia militar ofensiva siguiendo un esquema basado en una cultura extremadamente militarizada y jerárquica. Inmediatamente intentaron controlar estas redes que llevaban actuando desde 1936. Aquello fue un choque y no fue muy bien visto. Como consecuencia, el grupo de mi padre decidió mantener su autonomía al tiempo que trataba de seguir en lo que el PC llamó «el ejército guerrillero», pero con cierto grado de disconformidad. En algún momento llegaron a cortar todo contacto para esconderse en la frontera portuguesa, en Cabrera, en casas que solo ellos conocían, porque se habían enterado de la violencia estalinista que imperaba en el interior del partido y en la guerrilla. Mi padre esperaba, con el retorno a la democracia en 1977, que se reconociera esta historia de resistencia armada al franquismo. Por desgracia, no fue así como ocurrió. Él fue un superviviente de esta lucha, pero muchos de sus compañeros acabaron muertos. En 1951, se exilió clandestinamente en Francia a través de una red que pagó él mismo, sin ninguna ayuda, en un momento especialmente problemático. Desde septiembre de 1951, cuando llegó a Francia, hasta diciembre de 1951, estuvo a punto de ser extraditado. Finalmente son los libertarios, la FEDIP (Federación Española de Deportados e Internados Políticos), dirigida por Odette Ester (de ahí mi nombre) y José Ester Borrás, quienes le ayudaron, al igual que ayudaron a otros exiliados españoles, evitando que fuera extraditado y acabase condenado a garrote. En diciembre de 1951 mi padre se convirtió finalmente en refugiado político. Posteriormente intentaron echar una mano para colar a los últimos compañeros que llegaron en 1952. Mi madre llegó en septiembre de 1952 y obtuvo el estado de refugiada política porque trajo consigo las cartas amenazantes que le había enviado la Guardia Civil para recuperar las armas que mi padre y mi tío habían escondido. Vengo de una historia de lucha armada, ligada a la guerrilla antifranquista, que comenzó en España en 1936 y continuó en Francia, en París, en 1952. También soy testigo, como mujer adulta, de cómo mi padre intentó que la legitimidad política de esta resistencia armada fuese reconocida por las autoridades del nuevo Estado democrático español. Ni al Partido Comunista ni al Partido Socialista le interesaron sus proclamas, no hablaron de la legitimidad política de esta resistencia armada porque había llegado la Transición, el consenso, etc., y había que bajar el tono. Después de la Segunda Guerra Mundial en Francia, todos los que habían tenido la «tarjeta roja» de los nazis fueron reconocidos por las autoridades y partidos políticos gaulistas, como también se reconoció la lucha armada de los resistentes y el uso de la violencia, legítima, para liberar al país del yugo fascista. La pregunta que se hacían en 1977 estos hombres y mujeres que habían vivido la cárcel, la tortura, la clandestinidad, el Maquis, etc., era si su lucha, su historia, encontraría un espacio simbólico en la narrativa nacional, o si serían arrojados a la basura de la historia. Desde 1982, cuando el Partido Socialista llegó al gobierno, mi padre tenía la esperanza de llevar esta cuestión al espacio público para que se reconociera la legitimidad política de esta resistencia armada. Todavía hoy siguen vigentes las sentencias de los tribunales militares que los condenaron durante la dictadura. Fueron amnistiados, al igual que los verdugos, pero legal y paradójicamente siguen siendo
terroristas. Mi padre tiene ahora noventa y cuatro años y ha trabajado incansablemente para lograr este reconocimiento. Vive cerca de Alicante y es un hombre con una energía extraordinaria. Actualmente es el último guerrillero de España. Tengo sesenta y tres años y considero que debo luchar por perpetuar este trabajo de reconocimiento y memoria. Llevo veinte años intentado visibilizar y dar voz a estas personas, lo que me ha llevado a realizar documentales y traducir archivos orales a varios idiomas y así rendir homenaje a su compromiso.